N° 3

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Publicada en abril de 2015.

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Editorial

“Los párrafos que siguen son un llamado al sentido común, un grito de alarma contra el desmonte continuo y devastador de los bosques, es un clamor desesperado contra la invasión de la tisis, contra las casas de seis u ocho pisos, contra los alimentos y bebidas adulterados, contra el cansancio intelectual de las universidades y el trabajo atrofiador de las fábricas. Es también una virulenta diatriba contra el aire enrarecido y malsano, contra las enfermedades y decadencia de las razas, y por último, es una propuesta violenta contra las estupideces y los ilogismos creados por la civilización, es una lucha contra la Ciencia, diosa del día, contra la Química, contra lo artificial.

Nosotros podemos vivir sin ferrocarriles, sin automóviles, sin telégrafos y teléfonos, sin globos ni prostitución, sin tuberculosis ni pederastia.

Queremos simplemente una vida normal, es decir, el ejercicio de la vida, la libertad en la Naturaleza integral. La salud solo puede lograrse con la abolición de las ciudades, focos permanentes, inevitables, de epidemias.”

Henry Zisly, Agosto 1899.

El párrafo de arriba fue tomado de “Hacia la conquista del estado natural” escrito de Zisly, uno de los más importantes representantes del “Movimiento Naturien”, pioneros del anarquismo y precursores del naturismo libertario en Francia, Los Naturianos (como se hacían llamar) defendían la naturaleza y detestaban la civilización, ellos veían en ella y en el progreso industrial, una violenta caída al abismo tecnológico, la adopción de lo ajeno y el alejamiento de lo natural, lo salvaje y lo primitivo. Es impresionante que a más de 100 años de lo dicho por Zisly la postura Naturiana respecto a la crítica en contra de la civilización siga vigente, sus palabras y su actitud de rechazo a lo artificial es lo que reivindicamos, rescatamos y recordamos.

Esta ya es la tercera entrega de estos cuadernos contra el progreso tecnoindustrial “Regresión”, cuadernos que son editados y publicados en línea cada medio año, los cuales –como se explicó en el primer número– tienen como finalidad la difusión de las críticas contra-tecnológicas y la defensa de la naturaleza salvaje, aquella defensa que se da con medios violentistas, medios que se pueden tomar desde el presente, actos que cuando alguien los lleva a cabo se posiciona indudablemente como un individualista consiente de su realidad, deseoso de negarla y destruirla.

En “Regresión” remarcamos como parte de nuestra esencia, el extremismo individualista, que es la consecuente postura frente a la civilización moderna difusora de los valores humanistas que tienden al progreso, y que nos están llevando al despeñadero tecnológico.

Las dinámicas sociales a las que estamos sometidos dentro de este complejo sistema, muchas veces nos absorben como individuos, nos hacen participes de la masa, del devastador consumismo y de la rutinaria vida de esclavos en las urdes, pero nosotros hemos decidido resistir esos embates, resistir desde la clandestinidad y aceptar en lo cotidiano nuestras contradicciones de las cuales nos retroalimentamos y nos formamos como verdaderos individuos, sujetos únicos.

Resistir y negar la vida impuesta desde pequeños y formarnos una vida sencilla y lo más alejadamente posible de aquellos lineamientos y esquemas culturales modernos, es una de las finalidades que se concreta desde el presente. Pero para formarnos esa vida que queremos, alejada de las grandes ciudades y adentrada en la profundidad de la naturaleza, conlleva en algunas ocasiones requerir dinero, dinero que preferiríamos robarlo de cualquier lugar u obtenerlo por medio de las cientos de formas delincuenciales que existen, antes que esclavizarnos a la vida de subordinados que la mayoría de personas lleva. Así de claro, es por eso que el grupo editorial de esta revista, siente simpatía por la reapropiación del dinero para fines concretos que lleven a tener una vida digna de vivir, sin importar a quien se dispare cuando el dinero no es entregado,

porque cuando un empleado no entrega el dinero del patrón, este no merece la pena que siga viviendo, defiende como un perro obediente las migajas del amo, así que merece una puñalada o una bala en su cuerpo, igualmente, cuando el empresario, dueño o ejecutivo del negocio no cumple las exigencias del ladrón, también se merece lo mismo o algo peor.

No hay misericordia tampoco en estos actos, es todo o nada, es del extremismo del que hablamos sin tapujos, si es que ese dinero hará falta para algún fin del extremista individualista, este lo debe tomar pase lo que pase. Aquí cabria mencionar que para nosotros el dinero no lo es todo, esto lo decimos de una forma realista, en este mundo regido por grandes corporaciones económicas, en algunas ocasiones es necesario obtener dinero para cubrir ciertos fines y/o medios, para nosotros obtenerlo trabajando no es una opción, obtenerlo por fraude, asaltando o estafando sí.

Aquellos antepasados que vieron afectados sus modos de vida por la expansión de las civilizaciones tanto mesoamericanas como occidentales, tuvieron que actuar también en su momento de esta forma (depredación, rapiña, engaño, robo y/o asesinato), nosotros solo cumplimos nuestro rol histórico como herederos de esa fiereza salvaje.

¡Por la proliferación de la delincuencia y el terrorismo que sacie los instintos de los individualistas!

¡Por la defensa extrema de la naturaleza salvaje!

¡Por el atentar físico y moral contra las estructuras de la civilización!

¡Viva Reacción Salvaje y todos los grupos que se posicionan violentamente contra la moderna sociedad tecnológica!

Primavera 2015

Regresión (cuadernos contra el progreso tecnoindustrial).


La Guerra Chichimeca (primera parte)

El siguiente texto es parte del tema expuesto en el segundo número de esta revista (titulado Antiguas guerras contra la civilización y el progreso), es la primera de dos partes sobre la Guerra Chichimeca, la segunda será publicada en el cuarto número de estos cuadernos contra el progreso tecnoindustrial, que saldrá para octubre de 2015.

*Los datos bibliográficos de los cuales me he basado para la realización de este texto, serán publicados al terminar los trabajos bajo la temática chichimeca.

Introducción

Terminada la Guerra del Mixtón en 1542 (tema expuesto en el número 2 de esta revista Regresión), los ataques de los teochichimecas hacia los españoles no cesaban, la guerra oficialmente se dio por terminada pues las tropas españolas habían quitado terreno a las tribus salvajes. Pero las hostilidades de ambos bandos continuaron, el siguiente episodio bélico solo sería la continuidad de lo que se vio en el Mixtón solo que con más fuerza, más fiereza y en mayor duración.

La Guerra del Mixtón había hecho poner en aprietos a los conquistadores y aliados, en esta quedó evidenciado el gran poder de conflictividad de las tribus guerreras del norte de Nueva Galicia y su fiera defensa de territorios y estilo de vida amenazados por los invasores.

*Como dato curioso, Mixtón quiere decir “subidero de gatos”, haciendo alusión a la característica de dicho cerro, el cual era tan escarpado, accidentado y difícil de subir que solo los gatos monteses podían hacerlo.

La plata de Zacatecas

Según la historia, el 8 de septiembre de 1546, una expedición de jinetes españoles, franciscanos y aliados indígenas, liderados por el capitán Juan de Tolosa, llegaron a un lugar alejado e inexplorado del norte de la Nueva Galicia. En la expedición, los españoles tuvieron contacto con algunos teochichimecas zacatecos, los cuales al recibir chucherías les regalaron pepitas de plata, indicando que en esas tierras había ese preciado mineral, por lo que desde entonces la explotación minera comenzó a ser prioridad en esa zona norteña (después llamada Zacatecas), y en los intereses económicos de aquellos hombres ambiciosos que aprovecharon tal situación para llegar a esas tierras y comenzar el muy lucrativo negocio de la minería, con el que uno se “hacía rico de la noche a la mañana”, decían.

Juan de Tolosa, así como el gobernador Cristóbal de Oñate y el explorador Diego de Ibarra (ambos con heridas tras su participación en la Guerra del Mixtón), doña Leonor Cortez Moctezuma (hija de Hernán Cortez y la princesa azteca Isabel Moctezuma), fueron algunos de los primeros en poner los ojos en el negocio de la minería en Zacatecas, haciendo caminos y pagando costosas exploraciones a los adentros de la Gran Chichimeca, caro seria el precio por invadir las tierras de los indómitos aborígenes.

Desde ese entonces la infraestructura en Zacatecas comenzó a desarrollarse frenéticamente, al grado de que Cristóbal de Oñate fue propietario de una lujosa residencia, trece molinos de minerales, fundidoras, más de cien esclavos y una iglesia para que se congregaran estos.

Con los años, los acaudalados extranjeros se hicieron más ricos a costa de la explotación de la tierra, el acaparamiento de terrenos y la invasión, factores siempre mal vista por las tribus hostiles del norte.

Para 1549, ya cuando el negocio de la minería había surtido efecto y se hacía más sólido, las noticias del enriquecimiento en Zacatecas llegaron hasta los oídos de los adinerados extranjeros de Nueva España (centro del país), por lo que Zacatecas se convirtió en un punto de encuentro de aquellos que querían volverse ricos o aprovecharse de la situación de cualquier forma.

Ante el transporte de minerales de Zacatecas a varios puntos del país, se abrió la carretera México-Zacatecas, la cual era la principal vía de tránsito para la plata robada de las profundidades de la tierra.

La súper carretera partió la Gran Chichimeca, dejando destrucción a su paso, irregularidades y saqueos de algunos pueblos chichimecas sedentarios como algunos ixtlachichimecas (guamares o chichimecas blancos, llamados así no porque su color de piel fuera más clara que las de los otros, sino porque vivían en lugares de tierra salitrosa), los cuales fueron expulsados de sus tierras en la sierra de Comanja, Guanajuato, por órdenes de los empresarios mineros. Bastaron una serie de este tipo de situaciones, para que los aborígenes sedentarios y nómadas se tornaran hostiles para con los invasores y actuaran.

La guerra se aviva

La tortura y los abusos de los españoles dieron entrada a un reavivamiento de la rebelión de los originarios, entrando el año 1550 se registró una súbita resistencia de estos en contra, principalmente de los proyectos mineros y de todos aquellos que los sustentaban. Los cronistas señalan ese año como el inicio de la Guerra Chichimeca.

Unos de los primeros episodios graves de guerra fueron a finales de ese año, cuando un grupo de salvajes zacatecos mataron a un nutrido grupo de tarascos (ayudantes de españoles) que iban rumbo a Zacatecas llevando plata. Los tribeños asesinaron a todos y se llevaron toda la mercancía

Después, otro grupo de zacatecos robó rebaños propiedad de Cristóbal de Oñate y Diego de Ibarra. Los teochichimecas zacatecos eran nómadas que vivían de la caza y la recolección aunque algunos muy pocos grupos eran sedentarios, los zacatecos eran guerreros valientes, buenos tiradores de arco con flecha, la zona de la Gran Chichimeca en donde deambulaban era de Zacatecas a Durando; se caracterizaban por traer un trapo hecho de fibras naturales en la frente, y por andar parcialmente desnudos, cuando el camino era hostil usaban una especie de mallones de piel que les cubría de la rodilla al tobillo. Los zacatecos eran muy temidos por los chichimecas sedentarios como los cazcanes, con quienes guerrearon antes y después de las guerras contra los españoles. En la Guerra del Mixtón hubo una unión de ambos bandos junto con otras tribus, pero terminado el conflicto muchos de los cazcanes que combatieron a los blancos se pasaron al bando europeo. Considerados así los cazcanes, aliados de los invasores de la Gran de los Chichimeca los zacatecos atacaron sus poblados, se sabía por algunas antiguas crónicas que unos 50 zacatecos habían saqueado y destruido victoriosamente un poblado cazcan de 3 mil habitantes, demostrando así su ferocidad en el ataque sorpresa.

Enseguida, guerreros teochichimecas, de los huachichiles, comenzaron depredaciones en serie, atacando rebaños propiedad de los arriba mencionados y matando a sus pastores. El ganado y los rebaños eran constantemente atacados por los salvajes, porque los españoles usaban a estos animales para cazar chichimecas.

Los salvajes huachichiles fueron el tipo de chichimeca más primitivo, aislado y guerrero, eran cazadores-recolectores y nómadas, eran excelentes tiradores de arco y flecha, su zona de nomadismo y caza era de Coahuila hasta Guanajuato, y mantuvieron una zona de guerra en San Luis Potosí, andaban desnudos y en tiempos de frio se cubrían con pieles curtidas, usaban el cabello largo hasta la cintura y se pintaban la cabeza y el cuerpo con un pigmento

rojizo (de ahí el termino huachichil, que en náhuatl quiere decir “cabezas pintadas de rojo”), utilizaban expansiones en sus lóbulos y collares de huesos, se tejían su larga cabellera con el cabello de sus enemigos, el cual arrancaban desde la raíz durante los conflictos bélicos, se escarificaban y tatuaban la piel, su aspecto era terrorífico para los conquistadores, y su manera de pelear en el combate siempre era separado del uno con el otro, creando emboscadas sorpresivas que se hacían tan pavorosas al sonido de los tambores y los gritos desgarradores de guerra que surgían de su lengua primitiva. Algunos de los zacatecos, con los que solían guerrear antes de la llegada de los españoles, decían que en tiempo de guerra y hambre, los huachichiles comían carne humana y tomaban bebidas a base de mezquite en los cráneos ahuecados de los asesinados en combate.

El conocimiento ancestral del desierto, lugar hostil y agreste, hacía de estos totalmente resistentes ante cualquier ataque de los españoles. Su número y extensión territorial, los hacían aún más peligrosos, eran maestros de guerra, siempre insistiendo u organizando a las demás tribus para una unión numérica contra los invasores, proyecto que se concretó y al que los historiadores llamaron la Liga Chichimeca, de la que se hablará más adelante.

Pedro de Ahumada los describía así:

“Los guerreros del norte eran hombres barbaros, atrevidos y grandes ladrones.” “La gente más belicosa de indios que se ha visto en estas Indias.” “Gente indómita y arrogante con una audacia que crece día tras día.” “Tan poderosos que los españoles tiemblan a su sola mención”.

El autor de los primeros tratados sobre los chichimecas, Fray Guillermo de Santa María los describía así en su momento:

“Son por todo, extremo crueles, que es la mayor señal de su brutalidad. A las personas que aprenden, sea hombre o mujer, lo primero que hacen es hacerles la “corona”, quitando todo el cuero [cabelludo] y dejando el cuero descubierto, como la corona de un fraile, y esto aun estando vivos, yo vi a un español sin él, a quien ellos se lo quitaron, y a una mujer de Copoz también se la quitaron y han vivido sin él muchos días, y aun creo que viven. Así mismo también les quitan los nervios [tendones] para que con ellos aten los pedernales de sus flechas. Les sacan las canillas de las piernas como de los brazos, aún vivos, y a veces de las costillas, y otras cien crueldades, hasta que el mísero despide su anima.”

En Julio de 1551, los huachichiles atacaron ferozmente una caravana propiedad de Cristóbal de Oñate, en donde resultaron muertos el chofer, un portugués, dos negros y cinco indígenas aliados además, las mercancías fueron robadas. En Septiembre, los guerreros rojizos mataron un mercader y a cuarenta tamemes (cargadores) que llevaban mercancía a Zacatecas. Esta llamó la atención de las autoridades españolas quienes con urgencia se centraron en el nuevo peligro salvaje.

Los chichimecas de tipo guamar (los cuales no eran del todo nómada, pues algunos de estos se habían sedentarizado y aprovechado la agricultura), provenientes de las montañas de Querétaro hasta Guanajuato parte de Aguascalientes y Jalisco, comenzaron también una violenta rebelión en contra de los conquistadores. Los asentamientos españoles fueron los blancos de los guerreros pues estos se encontraban muy cerca de las zonas guamares. En 1551 los salvajes atacaron ferozmente una instancia propiedad de Diego de Ibarra, en donde mataron a todos los colonos y el ganado se perdió. El pequeño pueblo de San Miguel en donde se encontraba una misión franciscana, un hospital, un colegio y varias casas de chichimecas pacíficos, también fue arrasado  por los indígenas guamares, en este caso asesinaron al menos 15 personas.

Después, guerreros chichimecas guamares liderados por Carangano y Copuz el Viejo, quemaron los edificios y asesinaron a todos los pobladores, de una estancia española.

Los guamares fueron valientes, aguerridos y catalogados de traidores por los españoles, ya que algunos de los guamares pacíficos entregaban información a los del tipo salvaje y nómada, sobre las actividades de los asentamientos españoles en donde vivían, haciendo a estos vulnerables por los ataques de los tribeños.

A los guamares se les considera el tipo de chichimeca que contaba con un nivel cultural más alto que el de los huachichiles y los zacatecos, (pues como se dijo arriba, conocían la agricultura y además contaban con adoratorios).

Los guamares mantenían su destreza con el arco y la flecha, pero también eran especialmente buenos con las macanas y la lucha corporal, podían estar limitados en comer y beber agua, su adaptación al medio ambiente y los ataques nocturnos fueron un problema para los españoles, aunque los guamares se convirtieron en un problema aun mayor cuando estos comenzaron a montar caballos robados en las batallas y manejar espadas.

Para 1563 la Rebelión Guamar fue uno de los episodios más violentos de la Guerra de los Chichimecas, aunque de eso se hablará más adelante.

Mientras tanto, un viejo enemigo de los españoles comenzaba de nuevo a reclutar más aborígenes, sus hombres había matado a más de 120 españoles y aliados en tan solo unos meses en esta guerra sangrienta, participante activo en la Guerra del Mixtón, uno de los líderes de los chichimecas cazcanes, Francisco Tenamaxtle seguía libre y dando batalla en la zona sudoccidental de la Gran Chichimeca, las autoridades españolas sabían que el líder salvaje, quien con sus  hombres habían estado a punto de tomar la ciudad de Guadalajara (lo cual se abordó en el trabajo anterior titulado La semilla de la confrontación: la Guerra del Mixtón), estaba suelto, y matarlo era una de sus prioridades.

Para ese entonces muchos de los cazcanes habían sido domados por los españoles y de hecho, estos fueron uno de los pueblos que ayudaron a los conquistadores en su abatida contra los nómadas del norte, esta fue una de las razones para que los cazcanes se volvieran blanco de los teochichimecas zacatecos, como se mencionó arriba.

Los cazcanes que eran chichimecas sedentarios y algunos seminómadas, fueron diezmados por los colonizadores después de la Guerra del Mixtón, esto debido a la labor de predicación de los frailes católicos que los apaciguaron de esa forma, a los más rebeldes los mataron o los pusieron como esclavos; otra de las maneras para que sentaran cabeza fue que como los cazcanes sabían sembrar, los españoles atacaron sus cultivos, orillando a que estos se rindieran y que ensancharan los “poblados de indios pacíficos” que las autoridades virreinales habían puesto estratégicamente para reducir al mínimo el extenso territorio de la Gran Chichimeca y facilitar el camino a las minas de Zacatecas.

La organización de los teochichimecas no era muy compleja, en la guerra se era común ver bandas de cazadores nómadas, lideradas por el más experimentado, haciendo de esta estrategia (tipo guerra de guerrillas), una de las más efectivas y devastadoras dada su sencillez organizacional; a los españoles les costaba más trabajo deshacerse de un grupúsculo siempre en movimiento. El gran imperio azteca había caído frente a los europeos en tan solo tres años, los ejércitos de elite águila y jaguar que defendían la Gran Tenochtitlan habían sido exterminados, nadie pensaría en ese entonces que, a los nuevos conquistadores les costaría más trabajo y medio siglo, quitarse de encima a los primitivos, desnudos y barbaros nómadas de la Chichimecatlalli.

Creencias autóctonas

En el ámbito de las creencias los teochichimecas (zacatecos y huachichiles) eran muy animistas, consideraban que todas las cosas en la naturaleza tenían espíritu, y que un cambio en el ambiente e inclusive las enfermedades eran producidas por el brujo de alguna otra tribu, quien manejaba esos espíritus de una forma inicua. Todas las tribus de chichimecas salvajes tenían un chamán, quien se encargaba de la curación por medio de hierbas y el manejo de espíritus, después de que el chamán curaba alguna afección, recomendaba rodear los campamentos con espinas y arbustos puntiagudos, para que con esto se protegieran de los espíritus que hacían daño.

Otro ritual que se acostumbraba, era que a la llegada el primogénito los miembros de la tribu hacían cortes en la piel del padre hasta que el bebe quedara cubierto con ella.

Los teochichimecas no tenían adoratorios, ni deidades complejas, ni centros ceremoniales establecidos, debido a su naturaleza nómada solo se referían al sol, las estrellas y la luna como entes espirituales.

Antes del comienzo de una guerra o algún conflicto tribal, la tribu se reunía por la noche y danzaban alrededor de una gran hoguera, el canto y los gritos acompañaban al golpe del arco, flecha y tambor con lo que hacían música. Se pintaban los cuerpos con pigmentos rojizos y con carbón, generalmente se dibujaban animales como víboras, coyotes, sapos y osos en el pecho o espalda, como protección. Durante este ritual, se bebía alcohol de tuna o de maguey y se comía peyote, esto como un contacto espiritual con la naturaleza y para una mayor sensibilidad de los terrenos en guerra.

Los huachichiles tenían la creencia que si comían cierto animal o de ciertos humanos, podían obtener las cualidades de estos, y aunque para ellos esta práctica era muy común, para los europeos y ciertos grupos de aborígenes convertidos al cristianismo, era visto como cosa del ”diablo”.

Los teochichimecas defendieron sus creencias contra aquellos que se las quisieron arrebatar, los ancianos y los chamanes fueron unos de los principales incitadores, quienes organizaban grandes reuniones incluso con otras tribus para la resistencia ante lo ajeno y lo invasivo. Lo mismo se vio en la Guerra del Mixtón, los frailes de ese entonces temían a un espíritu maligno que le llamaban Tlatol, que no era más que la traducción al castellano de Huehuetlatolli, que traducida del náhuatl (que hablaban los indios pacíficos y que entendían el idioma de los teochichimecas), significaba “la palabra de los antiguos”. El Tlatol entonces, era visto como el espíritu de maldad que se invocaba en esos cultos paganos, algo totalmente en contra de la religión católica.

En muchos lugares de la Gran Chichimeca, la resistencia contra los españoles era vista como un tipo de Guerra Santa, en donde los tribeños defendían con la muerte sus creencias y estilo de vida. Tan extrema era su defensa que muchos frailes e indígenas convertidos al cristianismo, fueron asesinados cruelmente por los cazadores del norte, bien merecido se lo tenían, la violencia terrorista de ese tiempo solo era la respuesta a los años de esclavitud, destrucción y humillación que les hicieron pasar a nuestros antepasados.

Comidas ancestrales

Gran parte de la Gran Chichimeca era comprendida por grandes desiertos, los conquistadores tan acostumbrados a las comilonas de las ciudades llegaron a pensar que el alimento escaseaba en esas zonas, pero los teochichimecas sabían encontrar gran variedad de estos.

Los nómadas del norte dependían de la recolección, que era llevada a cabo por las mujeres y los niños, recolectaban raíces, tubérculos, vainas, cactáceas, semillas, etc. Los hombres se encargaban de la caza, llevaban a su boca serpientes, sapos, conejos, gusanos, aves, peses, larvas, liebres, cuervos, ratas, etc.

Las cactáceas y los mezquites proporcionaban alimentos importantes en la dieta de los salvajes, se comían los cactus así como su fruto, la tuna. De las biznagas (otra cactácea del desierto), comían sus hojas, las flores y el corazón. Las vainas del mezquite eran recolectadas y machacadas por grandes morteros para sacar una especie de harina, con esta elaboraban un pan en unos hornos subterráneos, el pan a base de harina de mezquite podía durar meses y hasta un año sin descomponerse. Del mismo mezquite se sacaba también una bebida alcohólica.

Acostumbraban a comer miel de abeja y cuando el agua escaseaba tomaban el jugo del maguey.

Cuando los cazadores regresaban a los campamentos con una presa, la carne se repartía entre todos, aquel que había cazado al animal y le había dado muerte podía conservar la piel.

Esta descripción solo se refiere a los grupos chichimecas salvajes, ya que los del tipo sedentario tenían sus plantíos de los que dependían casi totalmente.

La guerra se incrementa

A finales del año 1550, Luis de Velazco sucedió a Antonio de Mendoza gobernando México. Este virrey se caracterizaría por la presión que ejerció sobre el conflicto de la Guerra Chichimeca, aunque fue todo un torturador, demostró ser capaz de apagar parcialmente el conflicto con artimañas y decisiones sólidas. El nuevo gobierno de México hizo un llamado a los indígenas que antes habían sido guerreros (tlaxcaltecas, aztecas, otomíes, cazcanes, y demás) para combatir a los chichimecas, esta decisión fue decisiva para apaciguar la guerra por un tiempo, aunque muchos de esos indígenas aliados pagarían un alto precio siendo asesinados con igual o mayor crueldad que los españoles por los salvajes del norte.

El virrey Velasco autorizaría a Francisco de Ibarra una nueva exploración oficial por la Gran Chichimeca, esto para expandir su reino y pacificar a los aborígenes en guerra. Una de las estrategias que emprendió Ibarra fue fundar muchos pequeños poblados españoles, los colonos estaban armados y cada poblado sería usado como base militar desde donde se podía resistir ataques de los teochichimecas defendiendo las vías de la plata, las minas y los poblados más grandes. Así, Ibarra mantuvo a raya a los atacantes por algunos años, hasta que estos cambiaron de estrategia.

En 1551 el jefe chichimeca Tenameztle era convencido por las tretas del Obispo de Guadalajara Pedro Gómez Maraver, de deponer las armas y terminar con sus actividades de guerra, Tenemaztle había sido uno de los pocos que se había resistido a terminar con el conflicto, incluso después de la Guerra del Mixtón hasta ese año (1542-1551), el tlatoani chichimeca había seguido atacando a los españoles y robándoles mercancías y ganado. En 1552 Tenamaztle seria encarcelado y poco después llevado frente al Concejo de Indias en España para ser juzgado. El desenlace de esta historia es desconocido, incluso se desconoce de lo que fue del guerrero chichimeca. Lo que fue evidente fue la andrajosa táctica de la que se colgó el mencionado Obispo para que Tenameztle fuera finalmente atrapado, los españoles pensaron que la guerra se detendría pero no fue así.

Ya para 1552, los aguerridos chichimecas que habían estudiado los terrenos y habían recibido importante información desde sus aliados en esos poblados, acataron unidos con ferocidad, para 1553 en la provincia de Jilotepec, los chichimecas habían asesinado a más de 300 indígenas pacíficos que ensanchaban los poblados españoles. En un año mataron a 65 indígenas más, quemaron la iglesia del pequeño pueblo de Jalpa y causaron graves daños en esas tierras.

1554 fue el año en el que el Jefe Chichimeca Maxorro, se había organizado coordinadamente con otros grupos chichimecas para hacer del ataque algo más destructivo y devastador.

Maxorro o Mascorro, era como le llamaban los españoles, aunque se sabe que su nombre correspondía a “Majurro”. De quien se decía que cuando estaba frente a un español herido en combate, Maxorro le sacaba el corazón y aun latiendo lo elevaba al cielo en señal de victoria.

Fue en el Paso de Ojuelos, cerca del Cerro del Toro zona de guerra de Maxorro y sus hombres, en donde los españoles sufrieron una derrota penosa, ahí una caravana compuesta de seis carrosas con escolta armada fue atacada por los chichimecas, los asaltantes se llevaron 30 mil pesos en telas, plata y demás objetos de valor. Esto fue solo una pequeña muestra de la capacidad estratégica en emboscadas de los guerreros salvajes, muchos de estos escenarios se repetirían con frecuencia.

Una puntual descripción sobre los guerreros chichimecas la hace Phillip Wayne Powell en su libro La Guerra Chichimeca (1550-1600):

“El guerrero chichimeca del México del siglo XVI era un luchador formidable, uno de los que más tercamente resistieron la invasión española del continente americano. Su modo de vida, la extensión y la agreste topografía de sus tierras, su primitivo desarrollo político, le hicieron difícil de conquistar por pueblos tan sedentarios y políticos como los españoles o los nahuas. Por naturaleza, se desplazaba constantemente; no estaba acostumbrado a trabajar, pero tenía una terrible práctica en la guerra y en la caza; a menudo temían al jinete español armado, pero siempre lo desafiaban; despreciaba y aterrorizaba a los aborígenes de los alrededores que habían adoptado la vida sedentaria y el cristianismo. En suma, muchas características de su estado cultural lo hacía un mal candidato para su incorporación al sistema sedentario; sobre todo su modo de vida, combinado con ciertos rasgos psicológicos, garantizaba una tenaz resistencia a todo intento de subyugación.

Inherentes a su estado nómada, desde luego, ciertos factores que contribuían a las proezas bélicas de los chichimecas. Sus campamentos y rancherías eran de difícil acceso, a menudo ocultos en cuevas, cañadas y vallecillos protegidos por montañas, boques o terrenos escarpados. Una vez localizadas se podían destruir las rancherías y capturar algunas de las mujeres y niños; pero a menudo el guerrero escapaba para establecer otra base. Su habituación a los alimentos de la Gran Chichimeca, le daba mucha mayor movilidad que la del sedentario, obligado a estar cerca de los animales domesticados, de la agricultura y de abastos importados. El nómada podía cortar este abastecimiento, matar el ganado y paralizar así la vitalidad económica y militar de los invasores; pocas veces era posible hacer esto al revés. Nómada y experto en utilizar los refugios y riquezas que le ofrecía la tierra, el chichimeca a menudo era un enemigo invisible, y por tanto aterrador. El tipo de guerra que podía entablar contra los intrusos sedentarios no solo consistía en sorprender y acosar a los españoles que avanzaban por el norte. Tanto los españoles como los tarascos, los aztecas, los tlaxcaltecas y los otomíes llegaron a temer y a respetar al chichimeca como notable guerrero.”

Ante el llamamiento de guerra extendida por los chichimecas, muchas otras tribus provenientes de diversas partes del país, comenzaron a asaltar caminos, destruir poblados y desmoralizar al ejército español. Así se estimó que desde el descubrimiento de Zacatecas hasta 1561, más de 200 españoles y 2 mil aliados habían resultado muertos por las manos de los naturales en caminos de Zacatecas, Guadalajara, México y Michoacán.

Las medidas de seguridad se reforzaron en caravanas de mercancía que se dirigían o que salían de Zacatecas, un ejemplo fueron la constitución de las carretas las cuales fueron reforzadas por madera muy gruesa con orificios desde donde se podría disparar hacia afuera en caso de emboscadas, todo para proteger las mercancías y la plata de los adinerados invasores. Las caravanas eran también protegidas por soldados fuertemente armados, también, en las entradas de las minas habían mineros armados. Pero ni estas medidas de seguridad detuvieron a los chichimecas de guerra, quienes confeccionaron flecha de madera muy gruesa y fuerte, los arcos también los rediseñaron para penetrar el blindaje de las carrozas. Los soldados españoles quienes contaban con armaduras muy fuertes, de varias capas de gamuza, una cota de malla y un doblete, no podían estar confiados. Vargas, en su “Descripción de Querétaro”, describía así lo señalado:

“Ordinariamente, los hombres de estas tierras deben viajar armados con dos cotas, o con una buena o con una de cuero muy fuerte, con los caballos bien protegidos (con cuero), y aún con todo esto no hay protección segura contra las flechas que nos lanzan.”

Mientras los ataques de los asaltantes chichimecas seguían, la orden del virrey Velazco sobre la fundación de poblados defensivo continuaba, en 1555 se comenzó a fundar el poblado de San Miguel, estratégicamente posicionado sobre la carretera a Zacatecas muy cerca del Tunal Grande de los huachichiles, quienes se vieron invadidos pronto por colonos armados, retirándose de sus territorios originales y organizando ataques posteriores.

Malpaís

Después de muchas derrotas españolas frente al guerrero Maxorro y sus hombres, finalmente este es derrotado y encarcelado por Nicolás de San Luis Montañez, quien en el año de 1557 fue nombrado capitán de la provincia de Los Chichimecas, provincia que comprendían los pueblos defensivos como San Miguel, San Felipe, Sichú, San Luis, Rio verde y San Francisco. El virrey Velasco le ordenaría atacar a los salvajes con tal de que se alejaran de Nueva Galicia.

Ante las fundaciones de poblados en serie de los españoles, los chichimecas de guerra comenzaron una campaña feroz contra la civilización y la invasión del territorio de la Gran Chichimeca, en 1561 una gran confederación de aborígenes guerreros dejó sentir todo su sentimiento de venganza contra los españoles y sus aliados.

Zacatecos y huachichiles incendiaron varias estancias españolas, asesinaron a los dueños, a sus esclavos, y se llevaron sus cueros cabelludos, destruyeron sus sembradíos, robaron mercancías, mataron su ganado, interceptaron las carretas que irían hacia aquellas estancias y las saquearon, asesinaron a los pastores y a los cargadores de mercancías; también hubo toma de minas por huachichiles, los obreros indios huyeron, y sitiadas se detuvo la extracción de minerales, la economía se paralizó. La actividad minera de Zacatecas quedó casi paralizada por la falta de provisiones y el peligro teochichimeca.

El lugar desde donde se cree que se consolido el levantamiento general de los chichimecas, fue en un lugar llamado Malpaís, un terreno volcánico al este de Nueva Vizcaya (Durango), terrero inaccesible para los jinetes españoles, con abundancia en tunas, yucas y conejos. En tal lugar se tenían contados a 800 guerreros y 13 de sus líderes, Malpaís era el lugar desde donde se trazaban ataques y emboscadas, desde donde se mandaba a los mensajeros hasta otras tribus para que se levantaran en armas, fue así como varios tepehuanes se unieron con los zacatecos, huachichiles y los pocos cazcanes que habían decidido rebelarse. Después de esto, se llegó a contar que en Malpaís se encontraban alrededor de 1500 guerreros de diferentes clanes listos para pelear, a lo que se le llamó Liga Chichimeca.

Aparte de los ataque a las estancias, minas y caminos, los guerreros nómadas organizaron un ataque al pueblo de San Martín, queriendo ser este el primero de varios con el objetivo de eliminar del mapa los poblados y campamentos españoles cerca de los territorios salvajes de los chichimecas.

Así por un lado, los teochichimecas cayeron sorpresivamente por varias latitudes del pueblo de San Martín, primero sobre una fiesta patronal organizada por la iglesia, donde todo el pueblo estaba reunido y donde no había modo de escapar, también llagaron a robar organizada y sigilosamente los caballos de los blancos, por si quisieran perseguirlos lo hicieran solo a pie. En la batalla hubo muchos caballos perdidos y muchas armas robadas por los chichimecas, siendo esta, una de muchas victorias de los chichimecas salvajes.

Después de esto el capitán Ahumada quien había sido puesto por el Virrey, se atrevió a penetrar Malpaís a mediados de 1561, con solo cinco soldados y un intérprete, fue así que logró entablar conversaciones con los rebeldes salvajes de Malpaís, queriendo alcanzar la paz les prometió tierras, además de la promesa de que no serían castigados por sus depredaciones  y ataques pasados. Los aborígenes hicieron varios tratados de paz, pero sabiendo que los españoles eran traicioneros y sabiendo que estos tenían ubicada su locación, tomaron una decisión importante…

Ahumada tras la última conversación de paz, decidió preparar el combate contra los rebeldes chichimecas pensando que lo traicionarían en la primera oportunidad que tuvieran, así que ordenó que sus 12 caballos y 80 hombres fuertemente armados se posicionaran a las afueras del terreno volcánico de Malpaís para que detuvieran a cualquiera de los salvajes que salieron de ahí, Ahumada entraría con su principal fuerza de infantes a tratar de desalojarlos, conociendo el camino llegó hasta donde había tenido aquellas conversaciones de “paz”, grande fue su sorpresa cuando llegó al lugar, pues este estaba desolado, unos cuantos guerreros se resistieron a abandonar Malpaís, pero fueron muertos por los invasores. Llegando a los campamentos abandonados en Malpaís, los españoles quemaron las chozas, y se retiraron a perseguir a los aborígenes, quienes habían huido hacia Valle de Guadiana y Amantequex.

Ya en Guadiana se desató una feroz batalla que culminó con la muerte y captura de entre 200 guerreros salvajes (a los cuales les cortaban el pulgar –especialmente a los huachichiles prisioneros– para restringirles así el uso del arco y la flecha, una de sus armas más mortíferas y certeras). Al ver la derrota aplastante de los españoles sobre los aborígenes, los tepehuanes firmaron un tratado de paz con los blancos, quienes aprovecharon la situación para recaudar información que ayudara a saber cuáles eran los demás escondites de los teochichimecas.

Fue como el capitán Ahumada, persiguió por tres días a los nativos rebeldes procedentes de Avino, Peñol Blanco y Mezquital, quienes había huido a 24 leguas de Malpaís.

Los salvajes no aceptaban fácilmente estar cautivos, cuentan las crónicas que al menos 100 guerreros que estaban encarcelados en el presidio de Peñol Blanco, lograron romper sus ataduras, derribaron el presidio y con piedras atacaron a la guardia española, capturaron al menos a una docena de soldados y los mantuvieron cautivos resistiendo la abatida de los refuerzos que llegaron a pacificar la situación, cabe destacar que la resistencia de los nativos se dio bajo condiciones creadas por ellos mismos pues no tenían sus arcos ni sus flechas ni sus demás armas, solo con estrategia, ferocidad y lo que tenían a la mano fueron capaces de dar pelea desde la media noche hasta el amanecer. Aunque debido a la cantidad tan numerosa de refuerzos provenientes del campo de Cristóbal de Argüello los salvajes se terminaron rindiendo, pero dando un claro ejemplo de cual indómitos eran los antiguos pobladores de estas tierras.

En octubre de ese año, el capitán Pedro de Ahumada junto con su ejército regresó aZacatecas en búsqueda de los huachichiles responsables del asesinato del fray Juan de Tapia, así atacó un campamento de estos capturando y matando a las de 100. Lo interesante de esta historia es que durante un interrogatorio (de esos aterradoramente inquisitoriales), uno de los apresados proporcionó información sobre la continuación de la Liga Chichimeca, lo que alertó a Ahumada y a sus hombres.

En un lugar conocido como El Tunal (territorio huachichil), se concentraron unos 1500 guerreros chichimecas, quienes desde ese punto trazaban sus tácticas de ataque, como lo fue anteriormente con la zona de Malpaís. Debido a una rápida intervención española, aparentemente la Liga no se llegó a concretar, aunque cuando Ahumada salió de Zacatecas creyendo que había dispersado a los chichimecas de guerra, se enteró de que la información que le habían dado aquellos salvajes hechos prisioneros, solo era para que los demás salvajes siguieran y estudiaran los movimientos de los blancos desde los cerros. El segundo intento de consolidar la Liga Chichimeca se estaba gestando bajo el cobijo de las sombras y la audacia guerrera.

Continúa en el próximo número de esta revista.


Clamores apocalípticos

(…) El coyote aulló y hubo granizo y fuego mesclados con sangre que fueron lanzados contra las ciudades y una gran parte de la humanidad se quemó…

El oso gruñó y como una gran montaña ardiendo en fuego fue precipitada en las presas construidas por el hombre y una gran parte de la humanidad murió…

El gran jaguar negro rujió y cayó del cielo una gran estrella ardiendo como antorcha y esta cayó sobre los centros financieros mundiales, por lo que la desgracia acompañó a la humanidad por años…

El águila milenaria sacudió sus alas y contaminó la tercera parte de los cientos, para que los miserables que aún vivían fueran atormentados con mayor tesón…

El gran ahuehuete resurgió y al mismo tiempo vi otra estrella que cayó del cielo a la tierra, y se le dio la llave del pozo de los abismos. Y abrió el pozo de los abismos y subió humo por todos los volcanes de la tierra, su humo oscureció el sol, preparando el momento para que todo volviera a resurgir de las cenizas del progreso.

De las profundidades de los océanos, el gigantesco calamar se sacudió, y toda la tierra se vio afectada por los movimientos que hicieron que lo que había reconstruido el hombre, se volviera polvo.

Los hombres que no fueron muertos por estos acontecimientos aprendieron a sobrevivir salvajes, pero lo que se resistieron a seguir viviendo en sus urbes, no dejaron de maldecir a la naturaleza y siguieron bebiendo del veneno del progreso y la modernidad, la desdicha los acompañó hasta el día de sus miserables muertes.


La evolución de la dieta

*De Ann Gibbons

Fotografías de Matthieu Paley

Articulo transcrito de la Revista National Geographic en español (castellano), septiembre 2014.

Los expertos dicen que deberíamos alimentarnos como en la Edad de Piedra. El menú podría sorprenderte.

Es la hora de cenar en el Amazonas, en las tierras bajas de Bolivia, Anna Cuata Maito mezcla una papilla de plátanos y yuca dulce sobre una fogata que arde en el piso de tierra de su choza con techo de paja. Mientras, escucha a su esposo que regresa del bosque con su perro de caza escuálido. Nate se fue antes del amanecer de este día de enero, con su rifle y su machete, para empezar temprano su caminata de dos horas hasta el bosque virgen. Ahí, silenciosamente, escudriñó el dosel del bosque en busca de monos capuchinos pardos u coatis –que son parecidos a los mapaches-, mientras su perro olfateaba el suelo en busca del olor de los pecaríes –parecidos a los cerdos-, o de los capibaras de color marron rojizo. Si tenía suerte, Nate vería uno de los paquetes de carne más grandes del bosque: tapires amazónicos con hocicos prensiles largos que hurgan entre lo húmedos helechos en busca de capullos y retoños.

Esta noche, sin embargo, Nate sale del bosque sin carne. Con 39 años, es un tipo vigoroso que no parece dejarse vencer fácilmente; cuando no está cazando, o pescando o tejiendo hojas de palmera para los paneles del techo, está en el bosque tallando un tronco para hacer una canoa nueva. Cuando finalmente se sienta a comer su papilla salida de un tazón de metal, se queja de que es difícil conseguir suficiente carne para su familia: dos esposas (algo bastante común en su tribu) y 12 hijos. Los taladores ahuyentan a los animales. No puede pescar en el rio, porque una tormenta se llevó su canoa.

 

La historia es similar a la de cada una de las familias que visité en Anachere, una comunidad de unos 90 miembros de la antigua tribu indígena tsimane. En la estación de lluvias, cuando resulta más difícil cazar o pescar. Más de 15 000 tsimanes viven en aproximadamente un centenar de aldeas a lo largo de dos ríos de la cuenca amazónica cerca de San Borja, la principal ciudad comercial, a 360 kilómetros de La Paz. Pero Anachere está a dos días de viaje de San Borja en canoa rustica motorizada, así que los tsimanes que viven allí obtienen la mayor parte de sus alimentos del bosque, el rio y sus jardines.

Viajo con Asher Rosinger, un candidato a doctor que forma parte del equipo, codirigido por el antropólogo-biologo William Leonard, de la Universidad Northwestern, que estudia a los tsimanes para documentar en que consiste una dieta de la selva tropical. Se interesa en particular en cómo cambia la salud de los indígenas cuando se alejan de su dieta tradicional y su estilo de vida activo, y empeiza a comercia productos forestales como azúcar, sal, arroz, caite y, cada vez más, carne seca y sardinas enlatadas. Esta no es una investigación exclusivamente académica. Lo que los antropólogos están aprendiendo acerca de las dietas de pueblos indígenas como los tismanes podrían indicar lo que debemos comer el resto de nosotros.

Rosinger me presento a un aldeano llamado José Mayer Cunay, de 78 años, quien, junto con su hijo Felipe Mayer Lero, de 39, ha cultivado un jardín frondoso junto al rio durante los últimos 30 años. José nos conduce por un sendero de árboles con papayas y mangos dorados, macizos de plátanos verdes y toronjas que cuelgan de las ramas como si fueran pendientes.

Las flores rojo brillante de heliconia, “pinzas de langosta”, y el jengibre silvestre crecen como mala hierba entre los tallos de maíz y caña de azúcar.

Sin embargo, en el refugio al aire libre de la familia, la esposa de Felipe, Catalina, prepara la misma pasilla insípida que la de los demás hogares. Cuando pregunto si los alimentos del jardín pueden sacarlos de apuros cuando hay poca carne, Felipe mueve la cabeza. “No son suficientes para vivir –dice-, tengo que cazar y pescar. Mi cuerpo no quiere comer solo estas plantas”.

Al mirar hacia el año 2015, cuando tendremos que alimentar a 2000 millones de personas más, la pregunta acerca de qué dieta es la mejor adquiere una nueva urgencia. Los alimentos que elijamos comer en las épocas venideras tendrán ramificaciones dramáticas para el planeta. En pocas palabras, una dieta en torno a la carne y los productos lácteos, una manera de comer que está en aumento en todo el mundo desarrollando, tendrá una repercusión mayor en los recursos del mundo que una dieta basada en granos enteros, nueces, frutas y vegetales. No fue sino hasta que la agricultura se desarrolló –hace aproximadamente 10 000 años-, que todos los humanos obtenían sus alimentos de la caza, la recolección y la pesca. Cuando surgió la agricultura, los cazadores-recolectores nómadas fueron expulsados gradualmente de las tierras agrícolas de primera y, a la larga, se quedaron relegados a las selvas del Amazonas, las praderas áridas de África, las islas remotas del sureste asiático, y la tundra del Ártico. Hoy día solo quedan en el planeta unas cuantas tribus dispersas de cazadores-recolectores.

Esta es la razón por la que los científicos aumentaron sus esfuerzos para aprender lo que puedan acerca de la dieta y un estilo de vida antiguo antes de que desaparezcan.

Hasta el momento, los estudios sobre recolectores como los tsimanes, los inuits del Ártico y los hadzas, han encontrado que esto pueblos tradicionalmente n desarrollan hipertensión, arterioesclerosis ni enfermedades cardiovasculares. “Mucha gente cree que hay una discordancia entre lo que comemos hoy y aquello para lo que nuestros antepasados evolucionaron para comer”, comenta el paleoantropólogo Peter Ungar, de la Universidad de Arkansas. La noción de que estamos atrapados en cuerpos de la Edad de Piedra en un mundo de comida rápida está impulsando la moda actual de las dietas paleolíticas. La popularidad de estas dietas, llamadas de cavernícola o de la Edad de Piedra, se basan en la idea de que los humanos modernos evolucionaron para comer de la manera en que lo hacían los cazadores-recolectores durante el Paleolítico –el periodo comprendido desde hace aproximadamente 2.6 millones de años hasta que comenzó la revolución agrícola- y que nuestros genes no han tenido tiempo suficiente para adaptarse a los alimentos producto de la labranza.

Una dieta de la Edad de Piedra “es una dieta que idealmente corresponde a nuestra estructura genética”, escribe Loren Cordain, nutricionista evolutivo de la Universidad de Colorado, en su libro La dieta paleolítica: pierda peso y gane salud con una dieta ancestral que la naturaleza diseñó para usted. Después de estudiar las dietas de los cazadores-recolectores vivientes y concluir que 73% de estas sociedades obtienen más de la mitad de las calorías de la carne, Cordain llegó a su propia prescripción paleolítica: coma mucha carne y pescado magros, pero no consuma productos lácteos, frijoles o granos de cereal, alimentos introducidos en nuestra dieta después de la invención de la coacción y la agricultura. Los defensores de la dieta paleolítica como

Cordain dice que si nos apegamos a los alimentos que comían antiguamente nuestros ancestros cazadores-recolectores, podemos evitar las enfermedades de la civilización, como enfermedades cardiacas, hipertensión cardiaca, diabetes, cáncer e incluso acné. Suena atractivo.

Algunos científicos piensan que comer carne fue fundamentalmente para la evolución de un cerebro más grande en nuestros antepasados hace unos dos millones de años. Al empezar a comer carne y medula altos en calorías, en lugar de la dieta vegetal baja en calorías de los monos, nuestro antepasado directo, el Homo erectus ingirió suficiente energía adicional en cada comida para ayudar a estimular el crecimiento del cerebro.

Digerir una dieta de mayor calidad y con menos fibra vegetal voluminosa podría haber permitido a estos humanos tener intestinos mucho más pequeños. La energía liberada como resultado de los intestinos más pequeños podría haber sido utilizada por el ávido cerebro, según Leslie Aiello, quien propuso la primera vez la idea junto con el paleoantropólogo Peter Wheeler. El cerebro requiere 20% de la energía de n humano cuando este en reposo; en comparación, el cerebro de un mono requiere solo 8%. Esto significa que, desde la época del H. erectus, el cuerpo humano tenía una dieta de alimentos de gran concentración de energía, en especial carne.

Unos cuantos millones de años después, la dieta de los humanos dio otro giro importante con la invención de la agricultura. La domesticación de granos como sorgo, cebada, trigo, maíz y arroz creó una reserva abundante y predecible de alimentos, lo que permitió que las esposas de los agricultores tuvieran hijos en rápida sucesión, uno cada 2.5 años en lugar de uno cada 3.5 de los cazadores-recolectores. Siguió una explosión demográfica; en poco tiempo los agricultores superaron en número a los recolectores.

Desde la década pasada, los antropólogos han batallado para responder preguntas clave sobre la transición. Cuando el antropólogo biólogo Clark Spencer Larsen, de la Universidad estatal de Ohio, describe las albores de la agricultura, el panorama es desolador. Los primeros agricultores se volvieron dependientes de los granos y sus dietas se hicieron menos diversas nutricionalmente que las y los cazadores-recolectores.

Comer el mismo grano domesticado todos los días provocó en los primeros agricultores caries y enfermedades periodontales rara vez encontradas en los cazadores-recolectores, dice Larsen.

Cuando los agricultores empezaron a domesticar animales, esas reses, ovejas y cabras se convirtieron en fuentes de leche y carne, pero también de parásitos y nuevas enfermedades infecciosas. Los agricultores padecieron deficiencia de hierro y retrasos en el desarrollo, y su estatura disminuyó.

A pesar del aumento en la población, el estilo de vida y la dieta de los agricultores fueron claramente menos saludables que el estilo de vida y dieta de los cazadores-recolectores. Esos agricultores produjeron más niños, añade Larsen, lo que tan solo evidencia que “no es necesario estar libre de enfermedades para tener hijos”.

La dieta verdaderamente paleolítica, sin embargo, no consistía únicamente en carne y medula. Es cierto que a los cazadores-recolectores de todo el mundo les gusta más la carne que cualquier otro alimento y, por lo general, obtienen 30% de sus calorías anuales de los animales. Pero la mayoría también pasa tiempos difíciles, en los que comen menos de un puñado de carne por semana. Nuevos estudios indican que se necesitó más que la dependencia carne en las dietas antiguas para fomentar la expansión del cerebro.

Observaciones continuas a lo largo del año confirman que los cazadores-recolectores con frecuencia tienen resultados deprimentes como cazadores. Los bosquimanos hadzas y kungs de África, por ejemplo, no logran conseguir carne más que la mitad de las veces en las que se aventuran a salir con arcos y flechas. Esto sugiere que las cosas fueron aún más difíciles para nuestros antepasados, que no contaban con estas armas.

“Todos creen que al entrar en la sabana hay antílopes por todas partes y solo hay que esperar a golpearlos en la cabeza”, comenta la paleoantropóloga Alison Brooks, de la Universidad George Washington y experta en los dobe kungs de Botsuana. Nadie come carne con tanta frecuencia, excepto en el Ártico, donde los inuits y otros grupos obtenían tradicionalmente hasta 99% de sus calorías de focas, narvales y peces.

Entonces, ¿Cómo obtienen energía los cazadores-recolectores cuando no hay carne? Pues resulta que el “hombre cazador” está respaldado por la “mujer recolectora” que, con alguna ayuda de los niños, proporciona más calorías durante los tiempos difíciles. Cuando la carne, la fruta o la miel escasean, los recolectores dependen de “alimentos de segunda línea”, dice Brooks. Los hadza obtienen casi 70% de sus calorías de las plantas. Los kung tradicionalmente dependen de tubérculos y nueces de mongongo; los pigmeos aka y baka de la cuenca del rio Congo comen ñame; los indígenas tsimanes y yanomamis del Amazonas, plátanos y yuca; los aborígenes australianos, juncias bulbosas y castañas de agua.

“Ha habido una historia constante acerca de que la caza nos define y la carne nos hizo humanos –señala Amanda Henry, paleobióloga del instituto Max Planck de Antropologia Evolutiva de Leipzig-. Francamente, creo que falta la mitad de la historia. Querían carne, sin duda. Pero de lo que realmente vivían era de sus alimentos vegetales”. Es más, ella encontró gránulos de almidón en plantas en dientes fósiles y herramientas de piedra, lo que sugiere que los humanos pueden haber tenido que comer granos, así como tubérculos, durante por lo menos 100 000 años, tiempo suficiente para que evolucionara su capacidad para tolerarlos.

La noción de que dejamos de evolucionar en el periodo Paleolítico sencillamente no es verdad. Nuestros dientes, mandíbulas y rostros se hicieron más pequeños y nuestro ADN ha cambiado desde la invención de la agricultura. “¿Siguen evolucionando los humanos? ¡Sí!”, afirma la genetista Sarah Tishkoff, de la Universidad de Pensilvania.

Una pieza de evidencia sorprendente es la tolerancia a la lactosa. Todos los humanos digieren la leche materna cuando son bebes pero, hasta que se empezó a domesticar el ganado vacuno hace 10 000 años, los niños destetados ya no necesitaban digerir la leche. Como resultado, dejaban de producir la enzima lactasa, descompone la lactosa en azucares simples. Después de que los humanos empezaron a pastorear ganado vacuno se volvió tremendamente ventajoso digerir la leche, y la tolerancia a la lactosa evoluciono de manera independiente entre los pastores de ganado vacuno, como los chinos y tailandeses, los indígenas pimas del suroeste de Estados Unidos y los bantúes de África occidental siguieron siendo intolerantes a la lactosa.

Los humanos también varían en cuanto a su capacidad de extraer azúcares de alimentos con almidón mientras lo mastican, dependiendo de cuantas copias heredaron de determinado gen.

Las poblaciones que tradicionalmente comen alimentos con almidón, como los hadzas, tienen más copias del gen que los carnívoros yakutos de Siberia, y su saliva los ayuda a descomponer los almidones antes de que el alimento llegue a sus estómagos.

Existen estudios que sugieren que los grupos indígenas enfrentan dificultades cuando abandonan sus dietas tradicionales y sus estilos de vida activos por el estilo de vida occidental. Por ejemplo, la diabetes era prácticamente desconocida entre los mayas de Centroamérica hasta la década de los cincuenta del siglo XX. Cuando cambiaron a una dieta occidental alta en azúcar, la tasa de diabetes se elevó de manera vertiginosa. Los nómadas de Siberia, como los pastores de renos de evenkis y los yakutos, comen dietas ricas en carne, sin embargo, casi no sufrieron enfermedades cardiacas sino hasta después de la caída de la Unión Soviética, cuando muchos se asentaron en ciudades y empezaron a comer alimentos comerciales. Hoy día, casi la mitad de los yakuto que viven en aldeas tienen sobrepeso y casi un tercio hipertensión, indica Leonard. Y los tsimanes que comen alimentos comerciales son más propensos a la diabetes que los que todavía dependen de la caza y la recolección.

Para aquellos de nosotros cuyos antepasados estaban adaptados a dietas basadas en vegetales –y que tienen trabajos de escritorio- podría no ser mejor comer tanta carne como los yakutos. Estudios recientes confirman resultados más antiguos que plantean que, aunque los humanos han comido carne roja durante dos millones de años, el consumo intenso incrementa la arteriosclerosis y el cáncer en la mayoría de las poblaciones, y los culpables no son únicamente las grasas saturadas y el colesterol. Nuestras bacterias intestinales digieren un nutriente de la carne llamado L-carnitina. En un estudio con ratones, la digestión de la L-carnitina estimuló la placa que tapa las arterias. La investigación también ha demostrado que el sistema inmune de los humanos ataca un azúcar de la carne roja que se llama Neu5Gc, el cual causa inflamación y es de bajo nivel en los jóvenes pero que, a la larga, podría causar cáncer. “La carne roja es magnífica si quiere vivir hasta los 45 años, comenta Ajit Varki, de la Universidad de California en San Diego, autor principal del estudio del azúcar Neu5Gc.

Muchos paleoantropólogos dicen que, aunque los defensores de la moderna dieta paleolítica nos apremien para mantenernos alejados de los alimentos procesados poco saludables, el enfoque intensamente centrado en la carne de la dieta no reproduce la diversidad de alimentos que nuestros antepasados comían ni tiene en cuenta el estilo de vida activo que los protegía de las enfermedades cardiacas y la diabetes. “Lo que preocupa a muchos paleoantropólogos es que en realidad no tenemos una única dieta de cavernícolas –dice Leslie Aiello, presidenta de la Fundación Wenner-Gren para Investigaciones Antropológicas en la ciudad de New York-. La dieta humana se remonta a por lo menos dos millones de años. Hubo muchos cavernícolas desde entonces”.

En otras palabras no hay una dieta humana ideal. Aiello y Leonard apuntan que el verdadero sello distintivo del ser humano no es nuestro gusto por la carne, sino muchos alimentos diferentes para crear varias dietas saludables. Por desgracia la moderna dieta occidental no parece ser una de ellas.

Nuestra pista más reciente de porqué nuestra dieta moderna puede estarnos enfermando proviene del primatólogo Richard Wrangham, quien afirma que la mayor revolución de la dieta humana no ocurrió cuando empezamos a comer carne, sino cuando aprendimos a cocinar.

Nuestros antepasados humanos que empezaron a cocinar entre hace 1.8 millones y 400 000 años probablemente tuvieron más hijos que se desarrollaron, comenta Wrangham. Al machacar y calentar los alimentos, estos se “predigieren”, de modo que nuestros intestinos gastan menos energía en descomponerlos, absorben más que si los alimentos estuvieran crudos y, por consiguiente, extraen más combustible para nuestro cerebro. “Cocinar produce alimentos suaves, ricos en energía –afirma Wrangham-. Hoy día no podemos sobrevivir únicamente con alimentos crudos no procesados. Evolucionamos para depender de los alimentos cocinados”.

A fin de probar sus ideas, Wrangham y sus estudiantes alimentaron ratas y ratones con alimentos crudos y cocinados. Cuando visité el laboratorio de Wrangham en Harvard, su entonces estudiante graduada Rachel Carmody abrió la puerta de un refrigerador para mostrarme bolsas de plástico repletas de carne y camotes, algunas crudas y otras cocinadas. Los ratones criados con alimentos cocinados tuvieron un aumento de peso de 15 a 40% más que los ratones criados solo con alimentos crudos.

Si Wrangham está en lo correcto, cocinar no solamente proporcionó a los primeros humanos la energía que necesitaba para desarrollar cerebros más grandes, sino que también los ayudó a obtener más calorías de los alimentos, de manera que pudieron ganar peso. En el encuentro moderno, la otra cara de esta hipótesis es que podemos ser víctimas de nuestro propio éxito. Hemos sido tan buenos en procesar alimentos, que por primera vez en la evolución humana, muchos humanos obtienen más calorías de las que pueden quemar en un día. “El pan simple le cedió el paso a los Twinkies, las manzanas al jugo de manzana –escribe Wrangham-. Necesitamos volvernos más conscientes de las consecuencias del aumento de calorías en una dieta altamente procesada.

En mi última tarde de visita a los tsimanes en Anachere, una de las hijas de Deonicio Nate, Albania, de 13 años, nos dijo que su padre y su medio hermano Alberto, de 16 años, habían regresado de cazar y habían conseguido algo.

La seguimos hasta la choza de la cocina y olimos a los animales antes de verlos, tres coaties habían sido colocados en el fuego. Las esposas de Nate también están limpiando dos armadillos y se preparan para cocinarlos en un estofado con plátanos rallados. Nate se sienta sobre el fuego y describe un buen día de caería. Mientras los miembros de la familia disfrutaban de su festín, observé a su niño pequeño, Alfonso, que había estado enfermo toda la semana. Estaba bailando alrededor del fuego, masticando alegremente un pedazo cocinado de cola de coatí. Nate lo miraba complacido. Esta noche en Anachere, lejos de los debates sobre las dietas, hay carne, y eso es bueno.


Lecciones dejadas por los antiguos:

La batalla del “Pequeño Gran Cuerno”

La batalla del Pequeño Gran Cuerno o “Little Big Horn”, fue uno de los episodios más penosos para el ejército estadounidense, episodio histórico enmarcado dentro de las llamadas “Guerras Indias”. En la batalla, los nativos americanos liderados por el jefe Siux Tasunka Wikto o Caballo Loco, el jefe espiritual Lakota Toro Sentado, el jefe Dos Lunas de los Cheyennes, entre otros, lograron una derrota aplastante en contra de los invasores blancos; lo que viene es un rápido recorrido de una de las tantas historias de resistencia a muerte en contra de la civilización y el progreso, la cual, nos deja una muy buena lección.

Pequeño Gran Cuerno era llamado a un rio dentro de los territorios del estado de Montana, Estados Unidos, la zona vecina de Black Hills había sido ocupada mayoritariamente por colonos blancos al encontrar en sus cercanías, minas repletas de oro. En el año de 1876, el gobierno estadounidense intentó comprar las tierras para su explotación, lo que molestó a muchos nativos que aun vivían en la zona. El decreto del gobierno se difundió por esos territorios, dando solo dos opciones a los ancestrales dueños de esas tierras, o vendían sus tierras para ser asignados en una reserva o serian infractores de la ley, muchos eligieron la segunda. Fue así como la resistencia comenzó a consolidarse.

El gobierno dio a los aborígenes un plazo para que abandonaran sus milenarias tierras, al expedirse la fecha y desobedeciendo los mandatos, unidades militares comenzaron a desalojar por la fuerza varios campamentos, la gente de Dos Lunas y de Caballo loco resultaron agredidas y tuvieron que abandonar sus posiciones, fue cuando acudieron al quien en ese entonces se le consideraba el gran jefe espiritual, con mayor influencia en toda la comunidad nativa, Toro Sentado.

Este jefe Lakota hizo un llamamiento a la unidad de otros clanes para defenderse de la amenaza europea, así un tipo “Tlatol” se celebró al mando de mencionado jefe tribal, según las crónicas unos quince mil naturales asistieron a la reunión.

Se dice que Toro Sentado al ver a tanta gente reunida levantó una plegaria, en donde le pedía a Wakan Tanka (según la cosmovisión de los Siux, el Gran Espíritu), que la cacería fuera buena para su pueblo, y así los hombres fueran fuertes e imbatibles. Para que esto llegara a suceder, Toro Sentado hizo la Danza del Sol, en la cual danzó dos días y dos noches sin comida ni agua, orando y observando los movimientos solares. Al final de la danza, el líder espiritual tuvo una revelación, veía una gran cantidad de soldados blancos y nativos caer del cielo, según él, los soldados caídos eran ofrenda para Wakan Tanka, por lo que los guerreros nativos debían asesinarlos pero sin tomar sus armas, caballos o cualquiera de sus pertenencias, de hacer caso omiso a esta regla, los nativos la pasarían mal.

Con el ánimo incandescente, los jefes tribales como Caballo Loco reunieron a sus hombres y partieron en busca de la ofrenda para Wakan Tanka, para al mismo tiempo defender sus tierras de las cuales no se irían sin dar batalla. El 16 de Junio un grupúsculo de guardias nativos divisó de entre las montañas una columna de 1,300 hombres blancos e indios aliados cerca de su campamento en la zona de Rosebud, quien dirigía a los soldados era el teniente George Crook.

La defensa comienza y los hombres se arman para pelear, si los invasores se acercaban más, había la posibilidad de que hubiera bajas de niños y mujeres entre el combate.

Por la madrugada del día siguiente, el jefe Caballo Loco con mil de sus hombres emboscó inesperadamente a los enemigos, fue así como las tropas occidentales se dispersaron y en una rápida estrategia de guerra, la horda de salvajes se dividió en pequeños grupos a la caza de aquellos que se separaron de la columna, haciendo más fácil el asesinato de los soldados norteamericanos, después de haber frenado a los invasores, los nómadas acamparon a las orillas del rio Little Big Horn.

El 25 de Junio de ese año el teniente coronel George Armstrong Custer (héroe estadounidense por su participación en la guerra civil, considerado como el general más joven del ejercito de aquel país en toda su historia, consentido de la prensa y apodado “General Niño”), junto con su columna de 600 soldados dividida en tres grupos, intentaron emboscar a los guerreros que habían desmoralizado al coronel Crook y a sus hombres unos días antes.

Un grupo de los tres, disparó directamente a los tipis frontales del campamento, los guerreros al grito de Hoka Hey (que en Lakota quiere decir: Hoy es un buen día para morir”), respondieron a la agresión con sus arcos y flechas, con sus hachas y sus escopetas, e hicieron huir a los soldados que cayeron muertos sobre el rio.

El segundo grupo comandado por Custer, decide atacar desde otro flanco el campamento nómada, durante la refriega el jefe espiritual Toro Sentado cuida de las mujeres y de los niños, mientras tanto las estrategias de los salvajes hacen caer en la locura a los soldados, quienes se ven indefensos por la huida de sus caballos, los cuales fueron asustados por los nativos. En cuestión de minutos los enemigos fueron reducidos y sitiados, y desde las colinas altas los hombres de Caballo Loco gritaban palabras de guerra, mientras los aterrorizados estadounidenses asesinaban a sus propios caballos que les quedaban para usarlos de escudo. La batalla fue encarnizada y caótica, según cuentan las crónicas, se podía ver a los guerreros asesinando a los soldados en lucha cuerpo a cuerpo o desde sus caballos, con flechas y hachas, disparándoles a quemarropa en un ambiente de humo de pólvora, se escuchaban gritos, aullidos y detonar de armas. Al terminar la batalla, el gran coronel Custer yacía muerto con disparos en la cabeza y en el pecho, sus hombres fueron destrozados. Los salvajes nativos desnudaron los cuerpos, cortaron sus cueros cabelludos y los castraron, además de llevarse sus pertenencias, cosa que el jefe espiritual Toro Sentado les había dicho que no hicieran, desobedecer tal indicación seria visto después por los nativos como un mal preludio, ya que después de esta batalla se ganarían el odio de un gran sector de la sociedad occidental y serian masacrados y cazados como animales por el ejército estadounidense.

El tercer y último grupo se había reunido a lo lejos junto con los pocos sobrevivientes del primero, este pidió apoyo y más soldados fueron llegando, Caballo Loco no podía exponerse a perder más hombres por lo que ordenó que el campamento se levantara y se fueran con la victoria entre las manos. La última gran estrategia que trazaron los antiguos guerreros, fue que se dividirían en pequeños grupos, pues así no sería focalizado todo el grupo mayor, muchos pequeños grupos era más difícil de encontrar que uno solo. Fue así como todos partieron en direcciones distintas.

Hay varias lecciones aquí que hay que aprender de esta pelea contra la civilización:

La primera: La estrategia es muy importante cuando se trata de salir victorioso en una lucha o una batalla, en este caso, la lucha individualista contra el sistema tecnológico debe ser tratada con táctica e inteligencia, sabemos muy bien que al decir esto no se pretende tomar en cuenta ganar o vencer totalmente a este sistema pues eso no está en nuestras manos, pero en la medida de nuestras posibilidades, dar golpes a la mega-máquina que se transformen en victorias individuales y salir sin recibir alguna herida o sin ser detenidos, esa debe de ser la finalidad durante los ataques tanto de sabotaje como terroristas.

La segunda: Viendo el ejemplo de lucha arriba expuesto de los antiguos unidos contra un único objetivo y defendiendo su modo de vida con la naturaleza, la fiereza jugó un papel muy importante y aunque durante la batalla hubo heridos y hasta muertos, el punto focal recae en que la lucha contra la civilización y el progreso debe ser a muerte, encarnizada y desbordada, es decir, extremista. Las medias tintas no se incluyen en esta guerra, aquellos que están dispuestos a matar y morir defendiendo su naturaleza de humanos aun no-robotizados totalmente, y defender la naturaleza salvaje que queda indómita, deben detener eso en cuenta. Caballo Loco fue asesinado un año después de que liderara a los nómadas salvajes contra el ejército estadounidense, murió bajo una lluvia de disparos de indígenas aliados del enemigo, su cuerpo quedó agujereado por el plomo de la civilización, pero su orgulloso ejemplo guerrero se quedó como un legado vivo para las venideras generaciones que así como el, se defienden y resisten ante la avanzada de lo ajeno.

La tercera: Caer sobre el enemigo cuando menos se lo espera es otra de las lecciones, para ser efectivos y salir ilesos de un ataque no es muy práctico atacar durante una fecha en la que las autoridades pueden estar informados de la amenaza. Por ejemplo, cada 8 de Agosto el Tec de Monterrey se encuentra en alerta pues si se recuerda, ese día pero del año 2011 el grupo eco-extremista “Individualidades tendiendo a lo salvaje” envió un paquete bomba con la ya conocida historia de los dos tecnólogos heridos, ese día en especial, llevar a cabo algún atentado contra la misma institución académica seria tanto un peligro para quienes la ejecuten como un posible acto frustrado, ya que se monta un dispositivo de seguridad especial pero muy discreto. Aunque a mí en lo personal me gustaría ver otro atentado de las mismas condiciones (sino es que de más) en la misma institución y ese mismo día, que funcione y que burle todo ese dispositivo de seguridad, aunque no resulta muy pertinente.

La cuarta: Algunos insensatos han preguntado con anterioridad y sin conocer nuestras posturas: ¿Usarán las armas del sistema para enfrentarse a él?

Los nativos americanos que citamos arriba llegaron a enfrentarse con todo lo que tenían a la mano, arcos y flechas, hachas y macanas, caballos y rifles, dichas armas fueron útiles a la hora de caer sobre los blancos e indígenas aliados. ¿Qué hubiera pasado si esos mismos nativos hubieran rechazado las armas de los blancos y se hubieran aferrado a sus antiguos utensilios de caza y pelea? Quizás no hubieran salido victoriosos en la batalla de Pequeño Gran Cuerno, u otras más.

Las bajas del ejército fueron mucho más que las del lado de los naturales, uno de los factores que contribuyó a esto, fue que los guerreros llevaban rifles de repetición (es decir, podían tirar una seguidilla de balas sin recargar) los cuales se los habían robado previamente al enemigo y con los que ganaban tiempo y disparar a diferentes blancos en cuestión de segundos, mientras que los estadounidenses y aliados llevaban rifles de mono-tiro (solo podían tirar una sola bala y después volver a recargar). Esta lentitud en sus armas provocó que los nativos dispararan mientras corrían con sus caballos directamente a los soldados arrinconándolos mientras estos intentaban recargar sus armas.

Aquí queda respondida la pregunta que se abordó en esta cuarta lección, no podemos limitarnos a las antiguas herramientas de guerra solo porque criticamos este sistema tecnológico, debemos utilizar las armas del mismo sistema para combatirlo. Así como los nativos americanos, participes de la matanza del Little Big Horn no se detuvieron en la utilización de esos rifles de tiro repetido, que a nosotros no nos detenga utilizar alguna arma moderna que pueda causar bajas al enemigo.

Es así como termina este texto, cada quien que saque sus propias conclusiones.

Uno de los editores de la revista Regresión